Vuelo a Bariloche en el MAX de Aerolíneas: Lilian, Que Nunca Había Volado
Gracias a Dios me ha tocado ya estar en un par largo de vuelos de prensa. Agradezco cada uno de ellos, porque me permite conocer y disfrutar. Pero éste en particular, tiene un disfrute distinto. Porque volé con Lilian.
La historia arranca temprano, cuando llegué a Aeroparque. Me presenté con la gente de prensa de Aerolíneas para retirar mi Boarding Pass. Tenía asignado el 4F, es decir la segunda fila de económica, contra la ventanilla. Me preguntan si tenía inconveniente en cambiarlo por otro asiento, ya que alguien necesitaba no ir en pasillo.
No pasa por una cuestión de agradecimiento: pasa por una cuestión de cortesía. Acepté, y me dieron entonces el 14D. Fila de emergencia, pasillo. Fantástico. Pasé seguridad, me encontré con Edgardo de aviacionline, un tipazo. Nos quedamos charlando. Al rato se sumaron Hangar X y Desde el Patio. Sir Chandler ya había aterrizado, nos veríamos a bordo. Embarcamos.
Generalmente, la gente de prensa viaja toda junta, adelante. Irme a la fila 14 me alejaba del enjambre de colegas que se da en cada vuelo: separados por la cortina, en las filas de Club Economy, viaja la plana mayor: Guillermo Dietrich, Mario Dell’ Acqua, la gerencia de Prensa. En la mitad del avión, estaba yo.
Me cambio al 15D: quedo sentado al lado de Lilian. Se ataja diciendo que estaba muy nerviosa y que nunca había volado. Que la disculpáramos si gritaba. Que podíamos pegarle si hacía falta.
Vicky, Tripulante -va con mayúsculas- escucha que es el primer vuelo, Lilian contesta que sí. Un vínculo se forma entre ellas. Vicky le cuenta que no pasa nada, y le muestra cuál es el botón de llamada. Si la necesita, ella viene. Me impresiona ver a alguien tan profesional y al mismo tiempo tan empática.
Taxi, cabecera. Lilian tiembla chiquito. Potencia máxima y arranca la carrera de despegue. Lilian no mira, se tapa la cara con las dos manos. El MAX trepa elegante, sin sobresaltos. Se destapa la cara y mira por la ventana. ve la ciudad desde arriba, y suelta «qué hermoso». Se toma un segundo entre tanto miedo para admirar eso que antes no conocía. Eso que el miedo no le dejaba ver.
Se relaja, vamos charlando en el viaje. Le cuento que es el avión más nuevo de la flota. Me dice que es mejor que ir en micro, que el año pasado se tomó uno y tardó 24 horas. Que ahora va a llegar en dos. Pasa Vicky, la mira y le pregunta cómo está. Pasa otra TCP, hace lo mismo.
Sirven los snacks. Pide agua, recibe el alfajor y los frutos secos. Contará después que del miedo, sólo había tomado unos mates a eso de las seis de la mañana. Se acerca gente del Ministerio de Transporte, le van a hacer una pequeña entrevista al final del vuelo. Ya más relajada, charla.
La veo abstraerse en los paisajes: se pasa una buena parte del viaje mirando para afuera. Me imagino qué pensará, me pregunto si en algún momento se planteará el tiempo que rechazó volar. Si pensará que es tiempo perdido. En mi cabeza, le contesto: no Lilian. Nunca es tarde. Me acuerdo de mi mamá, volando por primera vez a los 74 años.
Empieza el descenso. Se mueve un poquito, cosa de nada. Los dioses de los vientos fueron buenos con Lilian, como si supieran. Aterrizamos. Ve el arco de agua, sonríe. Le agradece al marido por insistirle a volar.
Yo hago lo que puedo: agarro el baggage tag que me regalaron aquella vez del Vuelo Federal, cuando conocí al primer MAX, lo desprendo de mi mochila y se lo regalo. El tag dice «Mi primer vuelo en el Boeing 737 Max 8». El primer vuelo de Lilian en el MAX es más importante que el mío. Me abraza y me da un beso.
Me paro, bajo mi mochila y antes de recorrer el pasillo, la saludo a ella y a su marido. Mientras desembarco del MAX, me quedo pensando en Lilian, y en cómo pude ver en ella aquello que pasó hace tanto tiempo para mí, pero que sigue siendo tan parecido: esa sensación de miedo y adrenalina, que se deja avasallar por esa belleza maravillosa que es despegarse del piso y recorrer pedazos de mundo sentados en el aire.
Gracias Lilian por recordármelo. Me hacía un poco de falta.