Informe: ¿puede China convertirse en un competidor global en el mercado de motores de aviación comercial?
Nacida por necesidad allá por 1950, la producción de motores en China siempre dependió de la ingeniería inversa -una forma elegante de decir copia-. Casi 80 años después, ese rasgo característico va desapareciendo, pero hay otros desafíos.
La industria aeroespacial global, durante largo tiempo un terreno dominado por un selecto grupo de potencias occidentales, observa con atención el esfuerzo concertado de la República Popular China por consolidarse como un actor de peso. Un elemento central de esta ambición es el desarrollo autóctono de motores para aeronaves comerciales, un área tecnológica reconocida por su extrema complejidad e importancia estratégica.
La industria aeronáutica china viene creciendo para cubrir una triple necesidad: la independencia estratégica de proveedores occidentales para sus proyectos, la sustitución de aeronaves europeas y estadounidenses (y canadienses, y brasileñas…) en su mercado interno y la capacidad de proyección de sus productos a los mercados que se encuentran dentro de su área de influencia.
Este análisis condensa la trayectoria de los programas de motores chinos, evalúa sus capacidades y desafíos actuales, y los compara con los fabricantes occidentales consolidados, abordando la pregunta omnipresente sobre su competitividad actual y futura: ¿podrá China convertirse en un actor relevante en la aviación comercial dominando la extremadamente compleja manufactura de motores? Y si finalmente pudiera, ¿cuándo?
Como en muchos aspectos de la evolución industrial, todo arranca con una necesidad. Y de esa necesidad, una idea. Y de esa idea, una copia. Y de esa copia…
De la ingeniería reversa (de la ingeniería reversa) a la estrategia nacional
La incursión de China en el desarrollo de motores aeronáuticos se remonta a la era posterior a la Segunda Guerra Mundial, con una marcada influencia de la tecnología soviética. Diseños como el Klimov RD-500 (una copia sin licencia del Rolls-Royce RB.37 Derwent) y motores como el Klimov VK-1 (Rolls-Royce RB.41 Nene) y el Tumansky R-11 (este sí, derivado del Mikulin AM-5 y soviético de origen) sentaron las bases iniciales, llevando a la producción local de modelos como el Wopen WP-5 y WP-7. Durante un período considerable, la industria dependió de la pericia y los diseños soviéticos. Y de copiarlos sin absolutamente ningún miramiento.


Con el crecimiento de sus aspiraciones, China buscó diversificar sus fuentes tecnológicas, haciendo uso de su permanente as en la manga e intentando la ingeniería inversa de motores occidentales, como el Rolls-Royce Spey Mk202 (que derivó en el WS-9 "Qinling") y el Pratt & Whitney JT3C. Estos esfuerzos tempranos, incluso con producción bajo licencia, tomaron décadas en madurar, subrayando la dificultad de replicar sistemas complejos sin un conocimiento integral, especialmente en metalurgia y procesos de fabricación.
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