China muestra el J-6W: viejos cazas convertidos en drones
La PLAAF reutiliza aviones retirados como UCAVs, permitiéndole generar una gran masa de combate a costos marginales.
En la previa del Salón Aeronáutico de Changchun, que se desarrollará entre el 19 y el 23 de septiembre, la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación (PLAAF) mostró públicamente por primera vez un caza J-6 convertido en aeronave no tripulada, designado J-6W. La imagen, difundida por el investigador Andreas Rupprecht, confirma los reportes que señalaban que China estaba transformando sus aviones de combate más antiguos en drones attritables para misiones de saturación, reconocimiento y entrenamiento.
El Shenyang J-6, versión china del MiG-19 soviético, fue durante décadas la espina dorsal de la PLAAF antes de su retiro. Desde los años noventa algunos ejemplares habían sido utilizados como blancos aéreos, pero la nueva configuración muestra una evolución: la cabina y el asiento eyectable fueron eliminados, al igual que los cañones internos, sustituidos por sistemas automáticos de control de vuelo y enlaces de comunicación. Se añadieron pilones para cargas externas y, según estimaciones, la aeronave podría mantener un alcance de unos 500 km, velocidad supersónica y capacidad de portar hasta 450 kilos de armamento ligero o señuelos.
El interés de Beijing en este tipo de conversiones radica en su costo reducido y en la posibilidad de emplear centenares de aparatos en escenarios de conflicto. Estudios de think tanks occidentales ya habían identificado depósitos con grandes cantidades de J-6, J-7 y J-8 almacenados en instalaciones como la Lushan Conversion Facility, en la provincia de Fujian, frente al Estrecho de Taiwán. Se estima que al menos 500 unidades fueron reconvertidas en los últimos años, lo que otorga a la PLAAF una reserva significativa de plataformas listas para ser desplegadas desde bases cercanas a la isla.
Su función en combate sería múltiple: actuar como blancos realistas para el adiestramiento, lanzarse como señuelos para obligar al adversario a revelar posiciones y defensas, o ser utilizados directamente como drones de ataque expendibles en la primera fase de una operación. En todos los casos, el objetivo es el mismo: saturar y desgastar al enemigo, obligándolo a consumir municiones de defensa antiaérea y abrir espacios para la entrada de plataformas más avanzadas como el J-20 o el dron furtivo GJ-11.
La estrategia no es inédita. Estados Unidos empleó programas similares con el QF-4 y el QF-16, mientras que Azerbaiyán utilizó aviones An-2 convertidos en drones durante el conflicto de Nagorno-Karabaj. Sin embargo, la escala con la que China plantea este concepto, y el hecho de situar las aeronaves en bases frente a Taiwán, le confiere un carácter mucho más relevante desde el punto de vista geoestratégico.
La aparición del J-6W en Changchun es, por lo tanto, algo más que una curiosidad técnica. Representa la confirmación de una doctrina basada en el empleo masivo de plataformas no tripuladas, donde la cantidad se convierte en un factor decisivo. Para la PLAAF, incluso aviones concebidos en la Guerra Fría pueden transformarse en piezas útiles dentro de un esquema de guerra aérea moderna que busca saturar, engañar y abrumar las defensas de un adversario.
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