Aeroflot 1492: El fuego y los corredores de ambulancias
Debo arrancar contando una pequeña infidencia: ayer me contactó un colega porque desde un canal extranjero estaban buscando a alguien para hablar sobre el accidente del SSJ100 de Aeroflot. Le pasé el contacto, pero le dije «tres cosas: estoy en Mendoza, no vi casi nada del tema y tengo 5% de batería.»
Finalmente no se concretó el llamado (cuestiones de señal, porque después me cayeron unas llamadas perdidas), pero me quedé pensando en la situación. Qué hubiera dicho?
La verdad, me imaginé una nota que no sería ni un poquito interesante. El medio buscando certezas que es imposible tener. Haciendo preguntas que no podrían terminar en otra cosa que «no lo sé», «ni idea» o «es una posibilidad». Meter una línea clásica del estilo de «es prematuro», «hay que esperar los resultados de la investigación», o similar.
Aún cuando suene aburrido, y eso implique ser poco atractivo en el momento inmediato posterior a un incidente, he decidido no negociarlo. Por respeto.
Respeto a la gente que recibe la información, que merece no ser tomada por idiota y merece no recibir la conjetura educada -con un enorme asterisco por develar, en relación con la formación de quien está conjeturando- de un opinador que confunde velocidad con calidad.
Conozco el paño, y sé cómo es el juego. La búsqueda permanente de la primicia hace que las redacciones le den más valor a tenerlo primero que tener la historia correcta. Hay tiempo para corregir, dicen. Quizás hasta es bueno, porque la nota corregida puede generar otro click. Así es el juego. No reniego de él. Elijo no entrar.
Elijo no entrar en la vorágine del accidente: lo hice una vez, pifié un dato, y no me sentí cómodo. Elijo quedarme afuera de la maratón de los que corren la ambulancia. Aquellos que celebran que ocurran accidentes porque suben las visitas. No estoy exagerando. Pasa. Me lo han dicho.
Me cansan los que huelen sangre y se activan, los que sacan conclusiones con el fuselaje tibio, los que creen que la noticia es esa que alimenta el morbo y el miedo. Ahí los ves, tirando cualquier cosa porque todo es posible. Porque no genera obligaciones. Ahí los ves, afirmando impávidos aquello que no pueden saber. Así es el juego. Pero es mí decisión no entrar. Por respeto.
Respeto a la industria, que aprende de estas cosas, y a la que le queda una enorme tarea por delante, con meses y meses de recolección y análisis de pruebas, elaboración de documentos y finalmente, un dictamen sobre qué pasó y qué se puede hacer para prevenir o mitigar lo sucedido. Es un trabajo multidisciplinario, de un esfuerzo inmenso, que conlleva una formación y experiencia que lleva años adquirir y que no puede ser reemplazada por la corazonada imbécil que se saca a partir de dos videos de YouTube. O tres. O cinco.
Todos tenemos conjeturas, es natural, pero hay un límite, y más cuando se es comunicador de un tema específico. Romper la barrera del asado con amigos sacando conclusiones con una idea amasada en cuatro datos y dar con una causa probable a partir de esos mismos datos parciales es faltarle el respeto a un trabajo que será infinitamente más complejo, y del que se conocerá poco porque justamente un boludo dijo algo relativamente similar la tarde misma del accidente. La diferencia: el investigador sabe qué pasó. El boludo tuvo suerte. Y si no tuvo suerte esta vez, será la próxima. El investigador no puede darse ese lujo. Y mi viejo siempre me dijo que un boludo, con o sin suerte, corre grandes riesgos de convertirse en un hijo de puta.
Y por último, y más importante: respeto a los muertos. Quiero creer en un lugar especial del infierno para aquellos que cuentan muertos como caramelos, que creen que cinco, trece, cuarenta o ciento cincuenta víctimas dan rangos de importancia a la noticia. Aquellos que festejan que sean muchos, que ven la vida y la muerte de otro a partir de ese morbo. Quiero un lugar especial en el infierno para esos que corren ambulancias y pegan saltitos para sacar fotos.
Y si alguna vez entrara en esa lógica perversa, háganmelo saber. No es lo que quiero para mí, ni para ustedes. Desde acá, es mí compromiso, y mí responsabilidad. De nadie más.